19 de noviembre de 2008

Noche y gentío

Mi querida niña:

Sé que no te gusta. Aún recuerdo con qué vehemencia me pediste que retirase aquellas palabras sobre un mundo que yo calificaba de grotesco. Sé que no te gusta cuando trato de desmenuzar esta realidad miserable en la que todos nos movemos. Para ti, esas diminutas oportunidades para la alegría, que surgen en este o aquel recodo, dan suficiente luz al mundo, y me quieres soñando, y no despotricando contra un escenario que fue el de nuestros abrazos. Si lo piensas bien, hicimos el amor en rincones sinceramente inmundos, pero una capa de caricias nos aislaba de cuanta suciedad pudiera rodearnos.

Esta mañana llegué a la conclusión de que lo que más me saca de quicio es aquello que me obliga a tratar, a interaccionar con la gente. Entre andar y montar en bicicleta hay una diferencia abismal: puedo caminar escuchando un disco y pensando en mis desdichas, pero apenas puedo pedalear unos metros sin toparme con algún peatón despistado o maleducado, o con algún ciclista descerebrado, o tal vez con uno de esos conductores incapaz de ceder el paso. Caminando elijo, hasta cierto punto, el nivel de ruido de mi paseo. Es cierto que a veces me encuentro en el camino con algún compañero de trabajo y tengo entonces que aguantar una conversación, por lo general insulsa, y una compañía que deshacen la música y la reflexión. Por eso, cuanto menos me obligue una acción a relacionarme con la gente, más satisfactoria resulta. Por supuesto, me refiero a relaciones superficiales, indiscriminadas, involuntarias, inespecíficas…

Sin embargo, tú estás ahí, al otro lado de este silencio, en la otra orilla de este río marino que cubre nuestro bosque. Mis palabras, así en general, nunca te importaron por lo que significaban, pero resulta increíble cómo tu mirada, tus juegos, tus risas rozando las mías, las caricias que volaban con tanta gracia entre tu piel y mi piel, el profundo estrago que tus locuras provocaban en la aparentemente intocable rutina, resulta asombroso cómo todo eso que tú eras, y nunca dejarás de ser, compensaba tu desinterés por mis teorías. Nuestro bosque y nuestros encuentros se compusieron siempre de instinto y entrega, del juego de la emoción, y luego nos llevábamos aquellos aromas del paraíso al empedrado del calendario. El sentido de las palabras, la emoción de abrazarte, la desazón del gentío ciudadano… esta noche en que te echo tanto de menos...

Tuyo.