9 de noviembre de 2009

El silencio

¿Oyes el silencio? Sí, en mis oídos resuena atronador: un silencio que quizás viene para quedarse. Cualquiera sabe distinguir un adiós sincero de otro lance más del juego, porque el adiós de veras se reconoce por esa nube de alivio que asciende y puede verse a simple vista… Ya sabía que las hadas también caminan, que no se confinan a un solo bosque, que van y vienen de la fábula a la realidad con extraordinaria soltura. Y es que casi todo fue profetizado por aquel pobre caballero, que con todo nunca llegó a ser sabio. No sería digno de ser caballero si cayera en fáciles reproches, si se dejara llevar por la tristeza y creyera que lo real, tu vida y los pasos que das por ella gozan de más solidez que tus travesuras. Hay otros bosques, hay otros espejismos, otros delirios que se adueñan del tacto de tus manos, y bien. ¿Acaso podría, querría yo competir por un sueño? Los sueños aparecen sin aviso previo, son gratuitos, no se lucha por ellos, sólo se abre uno como un valle para que sus aguas impacientes refresquen tu garganta… La bella impaciente, el agua impaciente, el sueño impaciente… pero el silencio, el ensordecedor silencio.