Es como flotar en un mar calmo y desabrido, en un magma insustancial que al tocar mis labios trae el sabor del tiempo, del tiempo inexorable. Me refiero a vivir así, con tu recuerdo, con tantas puertas tras las que está tu voz y que permanecen cerradas sólo porque ni tú ni yo las abrimos. Pienso en tus manos, en la cercanía de tus caricias, en tus besos delicados, y se torna incomprensible este silencio... justo hasta que abro los ojos.
Debí estar poseído por algún misterioso hechizo cuando, al poco de conocernos, decidí escribir nuestra historia, y decidí escribirla entera. Se ha ido cumpliendo al pie de la letra. Luego hemos ido añadiéndole detalles, otras profecías menores que tampoco han fallado. Pienso ahora en aquella sensación, que aún sostengo, de que algún día seré yo quien te necesite sin esperanza de tenerte, quien piense en ti como un trocito inalcanzable de cielo. Algún día hubo entonces en que te necesité por encima del umbral de lo sano, pero fueron instantes que se diluyeron en el curso controlado de nuestros sueños. Mi manía por el control creo que quedó más que justificada, y sólo tú, en tus accesos adorables de locura, podrías seguir denostando esa salvaguarda contra la destrucción de nuestro cariño, de ese cariño que aún sigue ahí, sin mancha ni desmedro, si acaso dormido entre sábanas de silencio...
En esa historia ya me referí a este silencio, lo predije necesario, sobre todo necesario para ti. Te pienso acosada por dos sentimientos encontrados: el deseo infantil de volar, de perderte en la noche de los días, de experimentar ojos, de paladear improvisados versos, de soñar mientras unas manos asombradas delinean tu piel con el fuego de la pasión; y el deseo de paz, de integración, de acomodar tus días a las necesidades de tus hijas, de montarles el escenario adecuado donde todas las rutinas funcionen con precisión, donde el deber te descargue de esa inmensa tarea que es estar viva todos los días. Hay que reconocer que, tal vez por las circunstancias y la mala suerte, nuestro amor se quedó en tierra de nadie, sin satisfacer ninguno de esos deseos tuyos. Sobrevivimos unos meses dejándonos llevar por la nostalgia, por impulsos ocasionales, por pura incapacidad de mirar las estrechas y simples puertas que nos separan sin ceder al antojo de abrirlas. Y así pintamos encuentros extraños, vaporosos, indefinidos, donde nada fue como siempre, en los que flotaba un cierto incienso de despedida.
Por fin, nos decidimos al silencio. Ni los aniversarios ni los finales de año, ni los antojos ni la fragilidad de las puertas han sido motivo suficiente para que hablemos. Llevamos meses sin una sola palabra, y nuestras vidas corren hacia adelante sin detenerse. La mía se hunde en mis incongruencias, y la tuya no dudo que sigue llena de fuerza y de divergencias entrañablemente infantiles. Se diría que andamos alejándonos, pero yo sé que ya nunca más podremos estar lejos, aunque el silencio dure toda la eternidad.